martes, 10 de febrero de 2015

Tarde de solo dos toreros

Empezó bien la tarde desde el momento en que salió solamente Fermín Rivera a saludar al tercio. Porque ahora la usanza es que salgan todos los alternantes, tengan merecimientos o no, quitándole categoría al que realmente tiene los méritos.
He hablado tanto de Fermín Rivera y después de esta tarde, siento que he dicho tan poco.
No se por qué nos empeñamos en buscar en los extranjeros lo que tenemos aquí. Tenemos frente a nosotros al torero que de verdad puede marcar época, rescatar de lo grisáceo a nuestra Fiesta tan huérfana de Figuras desde hace tantos años.
Un torero con personalidad propia pese a su linaje, con técnica, con presencia. Y sin embargo, un torero no fácil de entender. Porque lo fácil es simple y es barato, es para masas, y este torero no es para masas, de ahí se entiende la mala entrada que hubo en esta corrida. Fermín es para ese selecto grupo de taurinos que de verdad comprenden lo que hay que comprender. Captar el arte que rodea un lenguaje tan escueto. Como un Haikú, poesía en el menor número de palabras. Porque cuando las palabras se escogen adecuadamente, no hacen falta muchas.
Quizá este torero no sea rentable para llenar plazas con gente ávida de emociones banales. Es como comparar la Cumbia con la Ópera, tan válidas una como la otra, pero el público y los escenarios son otros. Es catalogado como frío cuando es el receptor, el que carece de sensibilidad para sentirlo. Y es que la mayoría necesitan ver alardes y adornos y gritos y trapazos y encimismos para emocionarse.
Fermín el de distancias, el de espacios, el de observación y tiempo. El que dice tanto con tan poco; con tan aparentemente poco, porque detrás de él hay una trayectoria y una técnica depurada que lo respaldan y lo más importante, la inteligencia y la serenidad que resultan en arte, un arte que no grita, que no apabulla, que no necesita brincar, para protagonizar y ser contundente.
Es difícil hablar de Fermín sin caer justo en lo que a él no le gusta, la palabrería, los adjetivos de más; por eso mejor dejar que sus faenas lo digan todo.

Son tan escasas las oportunidades de torear en la México, salvo para un selecto grupo, que a veces se merece las oportunidades y otras veces simplemente toman lo que sus influencias les dan, pero sin dejar huella, ni decir nada.
Sergio Flores estaba programado originalmente para torear en México desde la séptima corrida, sin embargo la vida y el destino hacen lo suyo y días antes sufrió un percance desafortunado en un festival, y hasta la penúltima corrida, le recuperaron su fecha.
Pero en esta penúltima corrida, no solo recuperó esta fecha, recuperó todas las fechas perdidas en todos los percances que su cuerpo recuerda, que son muchos, y recuperó sus años de infancia y juventud y renovó todos los sueños que lo convirtieron en torero. Y fue por su encuentro con “Gibraltar”. Y se vieron y se midieron y se hablaron y se entendieron y hubo hondura y hubo sentimiento y hubo belleza y hubo valor y hubo mensaje y hubo entrega y hubo nobleza; no hubo dudas, sólo pasión y convicción.

Y ambos, toro y torero, merecieron lo que sucedió esta tarde: uno, el perdón de su vida y el reconocimiento a su casta y calidad; y el otro, después de tanta espera, en esta última tarde, hacer lo más trascendental de la temporada.

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