lunes, 19 de enero de 2015

Todos estamos bien…

Así se llama una famosa película y me tomé el atrevimiento de robarme el título porque, retomando a grandes rasgos la trama, todo es según desde dónde se mire, según quién lo cuente y según las expectativas que tenemos en cada una de las personas.

En términos generales, los cuatro toreros estuvieron bien, desde el de a caballo, pasando por el Maestro, el joven diestro en busca de su sitio y la criatura recién confirmada.

Enrique Ponce se reencontró con su público, porque para empezar, los toros no fueron protestados. En su primero, el único potable de su lote, Enrique hizo alarde de su maestría. Desde lances bajando mucho la mano, la revolera… ese remate a sus verónicas con una larga, lenta, como quien no tiene prisa, como debe sentirse el toreo. Luego sus doblones, con estética y poder. Y lo más interesante, ver cómo se fue haciendo poco a poco de un toro brusco, que cabeceaba, mientras el aguantaba y le bajaba mucho la mano. Temple, cambiados de mano, y un toro, ya más compuesto en su embestida, porque tuvo quién le dijera cómo quería que lo hiciera. El derecho fue su lado y por el derecho lo toreó. Embestía una y otra vez y Ponce lo aprovechó. Toreo en redondo rodilla en tierra, aunque nada como ver a Ponce en toda su verticalidad, sin flexiones que salen sobrando. Cuestión de gustos. Y luego, después de torearlo hasta que se cansó, la hora de la muerte, que es dónde, empezando por él, todos sufrimos. Pero sucedió el milagro y mató bien. Dos orejas merecidas, como pocas en esta Temporada. Lo que no me pareció justo, el arrastre lento al toro, que más que tener calidad, tuvo lidiador. Enrique Ponce estuvo muy bien, pero sin la excelsitud de muchas otras faenas en la México. Fue una buena tarde para reconciliarse con una Plaza que ante lo bien hecho, olvida anteriores afrentas.

Juan Pablo Sánchez también estuvo bien. Tiene el don de la suavidad y del temple, de la clase, de la técnica. Pero le falta transmisión, conexión con los tendidos, sentirse más, para poder comunicar más. Buen torero, pero no acaba de arrebatar. Quizá es muy interiorista, pero hay que sacar, hay que lograr comunicación con los tendidos para que su temple y su clase, su pundonor y seriedad, su estética y saber estar, repercutan. Es sólo cuestión de creerse y saberse. Porque tiene con qué. El torero tiene que cambiar todos los silencios, por argumentos que se escuchen en el tendido. No hay que tratar de suplir la transmisión, acortando los terrenos, que al final sólo molestan al toro. Quizá simplemente sea cuestión de imprimirle más sentimiento al diálogo sostenido en el ruedo.

Y luego Juan Pablo Llaguno, quien tiene toda la técnica y seguridad que muchos Matadores con años de alternativa quisieran, sin embargo y pese a lo anterior, no es lo mismo un toro que un novillo. No es lo mismo ser el novillero más destacado de todas las plazas y concursos, que alternar en un cartel como este, en la Plaza México, que se supone, es la más importante.
Se le vio técnica, clase, buen gusto, temple, serenidad, verticalidad, valor, pero un poco frío para mi gusto, pero es muy joven aún y seguramente el tiempo le dará lo que ahora le falta.

Quizá, si en vez de apresurarlo a traerlo a México como Matador, hubieran esperado un año (el chamaco es muy joven) y mientras, lo hubieran placeado en provincia, en corridas de otro nivel, el año que entra llegaría a la México con el sitio que por el momento le falta. Llegaría de otro tono, menos verde. Porque el paso de novillero a Matador, no sólo es enfrentarse a toros con edad, también implica otra serie de responsabilidades, que para asumirlas a cabalidad, hacen falta tablas. La plaza pesa, los alternantes (hablando de Ponce específicamente) pesan. No hay que reventar las cualidades del torero, que son muchas, queriendo hacer una “Figura Express”. Hay tiempo para que el arroz se cueza y esponje.

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