lunes, 12 de enero de 2015

Qué caro salió el regalo

Cuando se tienen todas las facilidades, como el apoyo, tanto familiar, como mediático, como de gente del ambiente; cuando se ha toreado mucho, tanto en el campo como en plazas, en México y en España… no hay excusa para que pasen y pasen los años y no pase nada. Pegar y pegar pases, sin decir absolutamente nada. Tres derechazos buenos (no memorables) no hacen una faena. A estas alturas, era para tener todas las tablas y todo el oficio para lidiar toros buenos, regulares y malos y verse con sitio y resolver cualquier papeleta con seriedad y no con pasitos para atrás y brinquitos. La única excusa que puede haber ante esta situación, es que no hay una real convicción, sino más bien, querer aprovechar un tren, sin verdadera vocación de viajero. El carisma, el arte y el gusto por hacer las cosas, no son heredables. Te lo digo Juan, pa´ que lo entiendas, Pedro…
Alfredo Ríos “El Conde” me dejó buena impresión. Un torero, que sin poder redondear una faena en ninguno de sus toros por las condiciones tan poco favorables, tiene bien definida su personalidad, que lamentablemente, es lo que le falta a la mayoría de los toreros, separarse del montón. Por momentos logró detalles con mucho arte y mucha verticalidad, que de haberlos, él mismo, sentido más, se hubieran quedado para siempre. Faltó eso, sentirse… que al final, lo es todo.

Y luego, en el toro que regaló, la actitud que tuvo después de esa cornada tan seria y de la zarandeada tan fea, fue muy discreta, sin aprovecharse de la circunstancia para vender, ni ganarse las palmas o el reconocimiento del público. Sin dramatizar. Con la cornada que traía, que fue muy grande, era para dolerse más, sin necesidad de exagerar. Eso habló bien de él, regresar a la cara de ese toro, matarlo, y luego, sin mayor aspaviento, entrar por su propio pie a la enfermería. Esas actitudes hablan por sí solas. Ojalá aprendan tantos toreros teatreros, que aprovechan cualquier circunstancia para hacer mercadotecnia o que andan encarándose con los jueces, mendigando orejas.

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