viernes, 19 de agosto de 2011

Entre monstruos y demonios


Monstruo

Dícese de todo aquel ser que va en contra del orden regular de la naturaleza. Un ser fantástico que causa espanto. Enorme, incomprensible, colosal y prodigioso.

“El Monstruo”, como se le conocía a Manolo Martínez, fue la última gran figura del siglo XX en México y el último mandón que ha dado nuestra fiesta hasta nuestros días. Mandaba dentro y mandaba fuera del ruedo.

Manolo protagonizó una época importantísima del toreo en México, al lado de toreros como Manuel Capetillo, Eloy Cavazos, Curro Rivera y Mariano Ramos, entre otros. Pero el que marcó época y la sigue marcando es Manolo. Es increíble que aún ahora, en el tendido de la plaza de Toros México se siga escuchando aquel inconfundible grito, que marca perfectamente la jerarquía de este gran torero: ¡Manolo, Manolo y ya! Y que este grito siga tan vigente como cuando esta enorme figura toreaba en su plaza. Nadie ha sido capaz de desbancarlo. Su espíritu sigue flotando en el ambiente, recordándonos a todos quién sigue mandando en la fiesta mexicana.

Manolo fue y sigue siendo un torero de culto, de adoración, de polémica y de contrastes.

Ese Manolo que entendía perfectamente a los toros, que los miraba, los escuchaba, les hablaba en silencio, y en consecuencia, sabía cuál era el espacio que necesitaban… y se los daba; mientras tanto, en el tendido, se suscitaban los silencios más hondos jamás generados en ninguna plaza, porque los martinistas sabían que tenían que esperar, y sabían que debían guardar silencio en esa espera, porque el maestro estaba en diálogo, y el encuentro, tarde o temprano se iba a dar… no había prisa, ya todo estaba dispuesto.

Vale la pena recordar ese maravilloso libro, “Un Demonio de Pasión”, de Guillermo H. Cantú, que más que una biografía, es un libro de consulta diaria, por sus frases y sus enseñanzas de vida, expresadas a través de este gran torero. Un libro que refleja la personalidad única y temperamental de Manolo.

“Manolo Telones” era otro de sus sobrenombres, a lo que una vez, o quizá muchas él respondió… “Ahí está mi muleta… quien quiera, que la use..” Esa muleta por grande que fuese, en manos de cualquier otro era un trapo inerte, insustancial. Jamás nadie podría otorgarle ese trazo, esa dimensión, no de tela, sino de hondura.

Manolo era parco, de pocas palabras, pero cuando toreaba, todo tenía sentido. Su carácter seco y tajante, contrastaba enormemente con su forma de expresar el toreo, con tanto arte, temple, hondura y transmisión al tendido.

Ahí la explicación. Ese era su lenguaje. El no hablaba con palabras, ¿para qué? si hablaba con su capote, hablaba con su muleta ¿para qué hacer uso de otro tipo de lenguaje? si sabía perfectamente cuál era el suyo.

¿Habrá otro torero que ejecute el desdén con tanto aroma como Manolo? No.

Este pasado 16 de agosto se cumplieron 15 años de su fallecimiento en La Jolla, California a consecuencia de un mal hepático.

El tiempo pasa, pero la consigna sigue siendo la misma… ¡Manolo, Manolo y ya!

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