domingo, 29 de mayo de 2011

¿De qué están hechos los toreros?


Porque hombres normales no son. Están hechos de otra sustancia y de otra fibra. Traen en la carne y en la mente otra esencia y su corazón es de un tamaño mucho mayor que el del común de su especie. Su alma también tiene otras proporciones, además de que su sensibilidad y su hambre, pero hambre de ser, son inconmensurables.
Son como las buenas uvas, que soportan condiciones climáticas extremas, pero tras varios procesos que requieren de mucha paciencia y un punto exacto de maduración, resulta un vino único, de sabor, textura y aroma incomparable, para paladearlo sin prisa.
Hace poco alguien me comentaba que no comprendía a Ignacio Garibay, ahora que toreó el pasado 22 de mayo en Las Ventas de Madrid. Que cómo era posible que después de la cornada de 25 cms. que le infirió en el muslo derecho un toro manso de 672 kilos de la ganadería de Partido de Resina, todavía saliera a matarlo. Este era un toro que siempre anduvo con la cara alta, malo de ideas y nunca le quitó de encima los ojos al torero. Pero Garibay estaba en Madrid y tenía que justificar de cualquier manera por qué estaba ahí. Y lo demostró con mucha vergüenza torera.
Y resulta increíble pero casi todos los toreros, aún trayendo el cate, en lo único que piensan es en las fechas que van a perder, y lo único que atinan a preguntar al doctor, es cuándo van a poder volver a torear.
Personas ajenas al toro piensan que los toreros están locos, pero no. La única forma que conocen para vivir es toreando. Ahí es donde se conciben vivos. Sin torear, están perdidos. Son un fantasma que vaga sin rumbo, un ánima perdida justo en los medios del purgatorio.
Quizá para entender a un torero, sólo otro torero, o su gente más cercana, que con el amor más profundo ha compartido los momentos de triunfo, de inspiración y de entrega, así como los momentos de frustración, de tristeza y de fracaso. Si, se requiere haber estado ahí, de alguna manera, para entenderlo. Estar presente en una plaza, ver un video, una foto o leer una crónica, no puede, pese a su mejor intención, plasmar ese momento, ese sentir, ese entendimiento de que aún con la carne y el corazón hecho jirones… hay que salir a dar la cara, hay que salir a matar al toro, hay que salir a saludar en el tercio. Claro, hasta donde la cornada o la maroma lo permitan.
¿De qué están hecho los toreros?… de rabia, de sueños, de hambre, de corazón, de vergüenza, y además, de un duende que habita en ellos, y que desde adentro, les pide, les grita, les exige… que lo dejen salir.

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