lunes, 13 de diciembre de 2010

Manifestaciones Kitsch, en la fiesta brava

Kitsch se define como la exaltación del mal gusto. Y es necesario tener la suficiente sensibilidad para poder apreciar su magnificencia como expresión de una idiosincracia. Y es que los mexicanos somos Kitsch por naturaleza. Nos encanta lo recamado, lo que tiene foquitos, el perrito que mueve su cabecita en el tablero del coche, la imagen del Cristo hecho con holograma que abre y cierra los ojos, en fin, somos grandes exponentes de este arte único y admirado, del cual me ocuparé con mayor profundidad en otra ocasión ya que me encanta.
Pero, el atuendo que sacó ayer el joven Arturo Saldívar, no tiene parangón.
Yo tenía mucha expectación por ver al muchacho, pero mi curiosidad se fue al suelo en el instante mismo en que salió por la puerta de cuadrillas para hacer el paseíllo. ¿qué no han sido suficientes festejos los que hemos tenido con ocasión del Bicentenario? ¿Pos que no te enteraste que hubo un desfile conmemorativo el 15 de septiembre y que ahí hubieras lucido rete ufano tu tacuche con sus águilas reales mientras levantaban al Coloso? ¡Mijo! ¿En qué cabeza cabe, si es que cabe vestirse así? ¿En la México? ¿La tarde de tu confirmación?. El chamaco parecía monografía de niño héroe. Decían por ahí los “enterados”, que qué traje tan original, cuánta prudencia. Decían también que el público estaba frío con el… ¡pos si no dijo gran cosa con su toreo! ¿Qué quieren? ¿Que le traigan mariachi aprovechando tanto patriotismo? Eso si, el muchacho se le ve seguro pero es mucho show pa’ mi gusto. La estocada, por cierto trasera, le valió calentar el ánimo del público y le dieron una orejita.

Y como no me gusta mezclar lo inmezclable… de Castella y su faena trataré en otra entrada.

lunes, 6 de diciembre de 2010

El Rey ha muerto… ¡Viva el Rey!














5 de diciembre 2010

5ta Corrida de la Temporada

Toros: Campo Real

Eulalio López El Zotoluco
Miguel Ángel Perera
Octavio García El Payo

Los mexicanos somos gente de tradiciones y arraigos, nos pasa con nuestra tierra, con nuestra comida, con nuestras costumbres, con nuestra música, y también cuando adoptamos a un ídolo, nos cuesta trabajo cambiarlo por otro.
Hablo de mi caso particular. Desde que vi por primera vez a Enrique Ponce, decidí que era mi torero favorito y lo seguí, como mi número uno por años, pese a lo predecible que ha llegado a ser. Sin embargo, siempre  traté de reconocer el mérito de otros y mantuve el interés por otros, pero nunca desbancando al valenciano.
Creo que llegó la hora de soltar, de dejar ir. Gracias Ponce por los momentos que me hiciste vivir y las faenas que me hiciste gozar, ahora, doy vuelta a la hoja y le pongo nuevo nombre al capítulo.
El domingo 5 de diciembre, Perera acabó por convencerme, si es que no lo había hecho desde la anterior tarde.
Repito lo que dije en la crónica anterior de Miguel Ángel Perera, me encanta porque es un torero serio, sin aspavientos, creativo, valiente e inteligente, que no necesita más mercadotecnia que su quietud, su valor, su arte y su cabeza.
Con el capote, inconmensurable, variado, valiente y con una quietud asombrosa.
Con la muleta, lento… no se puede más lento.
Es un torero demasiado grande, como para que el público mexicano todavía no entienda que hay que ir a verlo. Yo no más no fui porque de verdad me queda un poquito retirado, pero si no, ahí hubiera estado echándole mis claveles colmados de besos.
Con ese hombre en el ruedo, no puede haber tantos lugares vacios.