domingo, 10 de enero de 2010

El gesto del sentimiento


Cuando a Manolo Martínez le gustaba su toro, la expresión seca de regiomontano altanero se desvanecía y lavaba su rostro una media sonrisa que avivaba el brillo de sus ojos, todavía bajo la montera asentada entre sus patillotas negras. Lo vi varias veces transmitiendo esa sonrisa, ese gusto íntimo que no podía contener y lo expelía hasta lo más alto del tendido. Él se daba cuenta, antes que todos (antes que el toro, inclusive) que iba a cuajar la faena. Y la cuajaba.

El primer toro que le tocó en suerte esta tarde a Rafael Ortega era boyante. El tlaxcalteca se concentró en torearlo y le pasó el trapo por aquí y por allá. Se concentró tanto que no sintió. Se embarró al toro cuando lo mató de un volapié del que casi no sale, o casi sale con la carne desgarrada. Se concentró tanto en conquistar a la gachí, que cuando la había besado se le había ido. El juez, apueblado, sin miramientos ni pausas le regaló dos orejas.

Sebastián Castella Turzack habla tres idiomas: el francés de su país, el español de su padre y de su profesión y polaco, por parte de madre. No se cuál de los tres aprendió primero, imagino que mamó el polaco, idioma nada emparentado con la fiesta de toros. Salió con un vestido minimalistoide y modernoso pero muy bonito en grana y no recamado en oro. Su toro, de arranque, distaba al primero de Ortega por mucho, no era malo ni reservón pero carecía de la boyantía de su hermano. Lo recibió con un pase por alto y a poco, Sebastián abrió su rostro y dejo escapar un sentimiento de la comisura de su labios. Y comenzó el concierto, desgranándose como besos a una morena a la que se desea, que se ama y que se quiere. Y rompió el aire con un desdén que hizo que el público se entregara como la morena, y las dosantinas fueron el tálamo del sentimiento que brotaba de la muleta.

Para desgracia, los duendes se fueron con el frío llevándose a la morena y el francés malogró con la espada lo que pudo haber sido un rabo. Sebastián no volvió a sonreír en toda la tarde. A pesar de todo, pinchando y sin cortar orejas, la faena de Castella permeó sentimiento en todo el albero, como si le hubiera hecho el amor a la morena.

*La foto es de Manon.

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